martes, 6 de abril de 2010

POETAS DE NUESTRO TIEMPO

SANTOS DOMÍNGUEZ RAMOS es una de las voces poéticas más personales y destacadas de nuestro tiempo. Este cacereño es catedrático de lengua y literatura españolas en institutos de secundaria y bachillerato, ensayista, crítico y lector infatigable. Y sobre todo, poeta. En los últimos años, aparte los premios que ha ganado con sus obras de poesía, ha obtenido el reconocimiento de la crítica y de los lectores. Su presencia es habitual en certámenes, foros y encuentros relacionados con la creación poética. Asimismo, figura en prestigiosas antologías, nacionales y extranjeras, publicadas recientemente. Con la autorización expresa para reproducir cualquiera de sus textos y desde la admiración hacia la obra poética de Santos Domínguez, transcribimos un poema del libro Las provincias del frío (2006). Este poemario ganó el VIII Premio de Poesía Eladio Cabañero, convocado por el Ayuntamiento de Tomelloso.


EL fuego y la rosa

Morir no duele mucho.
Nos duele más la vida.
(Emily Dickinson)

No abrir la boca más. Vivir sin vida
con hielo entre los labios, y que así duelan menos
los puñales morados del silencio.

No caminar jamás por esas calles.
Tal vez equivocada,
perderme por las turbias galerias de la tarde,
por las islas del alma.
Esconder en el cuerpo el cristal de la angustia,
su rosa inapetente, su madurez de abejas.

No bajar de este cuarto.

Tras sus cuatro paredes, con los ojos cerrados,

renunciar a los rostros, vivir en la armonía

de los sonidos verdes que suben del jardín.

Su península azul de cantos y perfumes,

la flor de la oropéndola,

la llama elemental de la campana al alba,

serán mi único anillo en la voz del cansancio.

Dejaré estas palabras
sencillas como un río,
estos lirios hurnildes dentro de un laberinto,
estos mensajes cortos, este helado epigrama
que convoca al futuro con su flor disecada.

Algún día me traerán una taza de ocaso.
Que la oscura simiente de lluvia y la cibera,
madre de temporales,
invadan el espacio sin luces de la casa.

Quedarán los fragmentos secretos,
el eclipse, la ardilla
y esta nostalgia blanca, ¿de qué? ¿Del corazón?

Compondrán, no metáforas:
una música fría con su porción de noche
donde cante una oscura caracola sin sueño
el enigma primario de la vida,
la incomprensible sencillez del mundo,
su escritura secreta por fin ya descifrada.

Pero aún es el tiempo de que yo me pregunte
si al dejar de vivir morir nos duele menos.

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